martes, 4 de abril de 2017

TOA - Domingo de Ramos - Cargó nuestros dolores y tristezas - Mt 27, 11-54


La misteriosa y paradójica preocupación de Dios por el sufrimiento de uno solo es una visión tan intensa y a la vez profunda. Ese misterio nos da la convicción de que la muerte nos lanza hacia la vida definitiva, hermosa y eterna y nos inserta en la vida constante y palpitante de la comunidad. Tocando este tema tan intenso, ningún salmo nos sumerge más profundamente en la pasión, muerte y resurrección de Jesús que el Salmo 22.  

El sentimiento de los primeros cristianos que, para absorber el choque de la ejecución de Jesús, ahora su Señor Resucitado, tenían los salmos a los que recurrir. y lo hacen desde la re-lectura de la literatura religiosa de la comunidad con su nueva conciencia de quién era y quién es Jesús. Cuando no existía aún el evangelio, e incluso con su esperanza ratificada por lo que contaban los apóstoles, necesitaban que esta esperanza estuviera incrustada en una historia más amplia y antigua de la comunidad. Los fieles buscaban en la ley, los Profetas, y las escrituras para encontrar el lenguaje que les ayude a interpretar su memoria de Jesús. 

Como si hubiese querido hacer un paralelismo, este Salmo 22 que canta la muerte y liberación de la víctima inocente nos conecta con los detalles del sufrimiento y las historias de pasión de los evangelistas. Eso le daba energía a la comunidad temprana que se fue alimentando de los acontecimientos reales en los cuales ellos participaron. Sus historias y recuerdos compartidos son la Palabra de Dios de hoy, y felizmente respondemos "gracias a Dios". Aceptando que Él estaba dispuesto a sufrir hasta la muerte para mostrarnos cómo nuestro Dios nos ama, Jesús revela su identidad como el Mesías y el Hijo de Dios; establece un nuevo tipo de monarquía basada en la aceptación de la voluntad de su Padre por encima de todos sus otros proyectos personales. 

Él es un rey que acepta sus limitaciones como ser humano. Acepta y ama a todas las personas, especialmente a los pobres, lisiados y marginados. No juzga ni condena. Hace de la acogida, el amor y la tolerancia su código de conducta y de gobierno. Jesús nos da ejemplo de paciencia y fe en medio del sufrimiento; este sufrimiento que todos encontramos de un modo u otro en nuestro camino y es parte ineludible de nuestras vidas. A nadie nos gusta sufrir, y cuando nos toca vivirlo, unos le hacemos frente y lo superamos mejor que los otros que no lo aceptan como parte de sus vidas.

Él cargó con nuestros dolores y tristezas
Si nos consideramos seguidores de Cristo, el texto de Isaías debe provocar una respuesta a la vez determinante y en paz desde el fondo de nuestro interior. Estos textos del Antiguo testamento se aplican a Jesús, el Hijo único y amado de Dios que eligió libremente morir por todos nosotros. "Fue maltratado y él se humilló y no dijo nada, fue llevado cual cordero al matadero, como una oveja que permanece muda cuando la esquilan." (Is 53: 7).  

Sin amor sincero a Cristo, no somos verdaderos seguidores del Dios vivo. No podemos decir que lo amamos plenamente, si no apreciamos y valoramos lo que él sufrió por nosotros. Para fortalecer nuestra fe, San Pedro nos recuerda que "Ustedes lo aman sin haberlo visto; ahora creen en él sin verlo, y nadie sabría expresar su alegría celestial al tener ya ahora eso mismo que pretende la fe, la salvación de sus almas." (1 Pe 1:8-9).

Después de escuchar el relato de la Pasión no es necesario explicar con gran detalle esos acontecimientos. Debemos recordar que Cristo no fue ajeno a las dificultades, privaciones y sufrimiento, aún antes del día final de su vida. Siendo Divino, como dice San Pablo, del momento en que él vino a la tierra, Jesús se despojó de sí mismo, tomó la condición de esclavo y se hizo tan humano como nosotros (Fil 2, 6). 

Él, el gran Dios, sufrió las penurias de los pobres, a veces sin un lugar donde reclinar la cabeza. Soportó el hambre y la sed, y después de largos días presionado por la gente  en busca de salud, a menudo pasaba en los cerros muchas noches en oración.

A pesar de su compasión por todos los que venían a él, algunos lo odiaban y rechazaban, en especial los fariseos y sacerdotes, que planeaban matarlo. 

Este odio y el rechazo deben haber sido muy frustrante y doloroso para él. 
No es fácil ser rechazado por la gente del pueblo que se eligió entre todos los demás. 

¡Qué terrible debe haber sido la lucha interior de Jesús en el jardín de Getsemaní antes de enfrentarse a su muerte, que sus gotas de sudor se convirtieron en sangre y caían al suelo. Peor fue el saber que uno de su propio círculo de los doce le iba a traicionar; que la mayoría de los otros le dejaría; que incluso el leal San Pedro juraría tres veces que no lo conocía.

Lo más terrible fue sentirse abandonado por Su Padre Dios, su espíritu interior se envolvió en una oscuridad que era el reflejo de la tenebrosa oscuridad que envolvería el Calvario cuando su fin se acercaba. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Mt 27, 46

Ese rostro tan cruelmente desfigurado era el del Hijo de Dios. La frente chorreando sangre, las manos y los pies clavados en la cruz, el cuerpo lacerado por los latigazos, el costado traspasado por la lanza: eran la frente, las manos y los pies, el costado del cuerpo santo de la Palabra eterna, hecha visible en Jesús. ¿Por qué tanto sufrimiento?

Digamos con Isaías: "Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban. Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado, y eran nuestras faltas por las que era destruido nuestros pecados, por los que era aplastado. El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados”. (53: 4-5).


OREMOS
Querido Padre, mientras reflexiono la narración de la Pasión, 
ayúdame a encontrarle sentido al sacrificio de tu Hijo.
Que al recorrer la historia de la pasión de tu Hijo,
 pueda ver revelado tu amor infinito por nosotros.
Que lo que encuentre en ella me ayude a afrontar mejor 
el sufrimiento, el fracaso y el rechazo.
Que pueda encontrar un mensaje de vida 
para que fortalecido pueda hacer frente a las dificultades de la vida de hoy.

Hermoso Dios, Padre nuestro, 
haz que el sufrimiento de Tu Hijo por nosotros no sea en vano.
¡Amén!


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Salmo Responsorial: Salmo 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Todos los que me ven, de mí se burlan; me hacen gestos y dicen:
"Confiaba en el Señor, pues que él lo salve; 
si de veras lo ama, que lo libre".
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Los malvados me cercan por doquiera como rabiosos perros.
Mis manos y mis pies han taladrado 
y se puedan contar todos mis huesos.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Reparten entre sí mis vestiduras y se juegan mi túnica a los dados.
Señor, auxilio mío, ven y ayudarme, 
no te quedes de mí tan alejado.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Contaré tu fama a mis hermanos, 
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alábenlo; glorificarlo, 
linaje de Jacob, témelo, estirpe de Israel.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

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