domingo, 2 de julio de 2017

TOA - Domingo 13 - En el Peregrino, acojemos a los Santos de Dios - Mt 10, 37-42

Es una cosa maravillosa encontrarse con un hombre o una mujer de Dios. Hay en esas personas una paz de tal plenitud que nos comunica a Dios, aunque ellas mismas no sean conscientes de eso. Al igual que la gente de la época bíblica, nosotros buscamos a alguien que "nos dé una palabra", una palabra que despierte la fe y esperanza que necesitamos, una palabra que puede encender en nuestros corazones las brasas de un fuego de amor que está más allá de nosotros mismos.

Acoger es una actividad santa, ejemplificada en la Biblia desde Abraham en Mambre hasta María, Marta y Lázaro en Betania. Recibiendo al peregrino recibimos a Dios.

Acoger a las personas que viven los valores evangélicos y los comparten en libertad, más a través de su ser y de sus acciones que de sus palabras, es acoger a Cristo y su Padre. En el Evangelio de su Padre, Jesús dice siempre que su Padre, a través de Él, viene a permanecer en los corazones de los que "guardan sus palabras".

Por eso mismo, la tradición Católica le da al Espíritu Santo el título hermoso llama de "Dulce huésped del alma", viene en nomre del Padre y del Hijo  usado si el Espíritu Santo si la tradición.

Conocer a alguien bueno también puede ser también amenazante porque nos confronta con la necesidad de un cambio en nuestra propia vida. Esto no significa sólo la lucha por librarnos del mal moral, sino también de las cosas que son en sí mismas buenas y valiosas para dar paso a la novedad, al cambio a veces inesperado.

Cuando nos encontramos cara a cara con Jesús el Camino, la Verdad y la Vida, y lo abrazamos alegres, la elección es aún más radical. Las cosas más valiosas en la vida como la familia e incluso la búsqueda de nuestra propia auto-realización pasan al segundo lugar y nos lanzamos al seguimiento de Jesús aunque inevitablemente implique la cruz de la entrega y el cambio.

Cuando elegimos a Cristo en el bautismo, elegimos ser inmersos en su muerte. Nos sepultados con él, nos injertamos en su muerte y y todo lo "viejo" es crucificado con él. Las imágenes usadas por Pablo en Romanos 6, 3-11 nos muestran sin duda la radicalidad de lo que significa acoger en nuestras vidas a Jesús y a su palabra. 

Así como la mujer de Shunem es recompensada con una nueva vida por recibir al "hombre de Dios", así también, la recompensa de recibir a Jesús es infinitamente mayor. ¡De repente esperamos que Cristo venga a nuestras puertas en traje clerical, con elegancia o poder, pero lo hará de distinta manera y casi siempre en el momento menos esperado! 

Seguro que vendrá escondido en el extraño, el paria de la sociedad, el vecino, el niño que necesita atención, el enfermo, la mujer que sufre sin salida. Si los acogemos, acogemos al Cristo y nos convertimos en las moradas de Dios mismo, nos convertimos en una "nueva creación" a imagen del Hijo.

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LECTURAS BÍBLICAS EN LENGUAJE LATINOAMERICANO - XIII Domingo Ordinario

Primera lectura: 2 Reyes 4, 8-11. 14-16a
Un día pasaba Eliseo por la ciudad de Sunem y una mujer distinguida lo invitó con insistencia a comer en su casa. Desde entonces, siempre que Eliseo pasaba por ahí, iba a comer a su casa. En una ocasión, ella le dijo a su marido: "Yo sé que este hombre,
que con tanta frecuencia nos visita, es un hombre de Dios. Vamos a construirle en los altos una pequeña habitación. Le pondremos allí una cama, una mesa, una silla y una lámpara, para que se quede allí, cuando venga a visitarnos".

Así se hizo y cuando Eliseo regresó a Sunem, subió a la habitación y se recostó en la cama. Entonces le dijo a su criado: "¿Qué podemos hacer por esta mujer?"
El criado le dijo: "Mira, no tiene hijos y su marido ya es un anciano".

Entonces dijo Eliseo: "Llámala". El criado la llamó y ella, al llegar, se detuvo en la puerta. Eliseo le dijo: "El año que viene, por estas mismas fechas, tendrás un hijo en tus brazos".

Salmo Responsorial: Salmo 88, 2-3. 16-17. 18-19
R. Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor, y daré a conocer que su fidelidad es eterna,
pues el Señor ha dicho: "Mi amor es para siempre, eterno, y mi lealtad, más firme que los cielos".
R. Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Señor, feliz el pueblo que te alaba y que a tu luz camina,
que en tu nombre se alegra a todas horas y al que llena de orgullo tu justicia.
R. Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Feliz, porque eres tú su honor y fuerza y exalta tu favor nuestro poder.
Feliz, porque el Señor es nuestro escudo y el santo de Israel es nuestro rey.
R. Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.

Segunda lectura: Rom 6, 3-4. 8-11
Hermanos: Todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por medio del bautismo, hemos sido incorporados a su muerte. En efecto, por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva.

Por lo tanto, si hemos muerto con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya nunca morirá. La muerte ya no tiene dominio sobre él, porque al morir, murió al pecado de una vez para siempre; y al resucitar, vive ahora para Dios. Lo mismo ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Aclamación antes del Evangelio: 1 Pedro 2, 9
R. Aleluya, aleluya.
Ustedes son linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada a Dios,
para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.
R. Aleluya.

Evangelio: Mt 10, 37-42
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.

El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará.
Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado.

El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo.

Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa".

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