domingo, 16 de julio de 2017

TOA - Domingo 15 - Una Palabra Poderosa - Mt 13, 1-23

A veces recordamos cosas que nuestros padres dijeron, mucho después de que se fueron. Sus palabras y sus perspectivas no están muertas mientras vivamos y las recordemos. Las palabras meramente habladas pueden tener una vida extraordinaria. 

En la lectura de hoy, Isaías dice: "Así es con la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin cumplirse, o antes de haber realizado mi buen placer y haber logrado lo que fue enviado a hacer." Quien no quiere escuchar la palabra de Dios ejercita una sordera ya sea inadvertida o deliberada. 

El Evangelio de hoy nos insta a escuchar, a dejar que la Palabra caiga en un buen suelo, para que produzca una rica cosecha en nuestras vidas.

Aunque nuestras Iglesias son lugares buenos para escuchar la Palabra viva que da vida, el suelo más fecundo está en el hogar. La casa es un buen lugar para crecer.

Si hacemos espacio para Dios en el hogar, si los padres oran con sus hijos desde una edad temprana, si los padres se tratan bien, si las relaciones dentro del hogar son sanas, si acuden juntos al encuentro de Cristo en la Eucaristía, entonces hay una buena probabilidad de que la buena semilla se arraigue y crezca en los corazones y las mentes de los niños.

Podemos olvidar fácilmente lo que se dijo en la iglesia o en la escuela pero más que seguro es que nunca olvidaremos lo que vivimos en el hogar. Son esas cosas simples, las que huelen a hogar, esas cosas ordinarias que experimentamos en el diario vivir las que impactan en la mayoría de nosotros. El esfuerzo diario, la fatiga cotidiana, los esfuerzos repetidos que un padre o una madre hacen por separado o juntos pensando en nosotros y recordándonos que Dios vive y sostiene nuestra vida. Son esas cosas que parecen sin importancia las que muchas veces dejan huellas profundas. 

Desgraciadamente, muchas veces es sólo cuando alguien muere que la gente comienza a mirar hacia atrás y ve que los sacrificios diarios y cotidianos tenían un tono heroico y dicen: "era una gran mujer" o "era un gran hombre".

Si recibimos la palabra de Dios en nuestra comunidad de fe y de adoración y las practicamos en casa cada día de nuestras vidas y tratamos de vivirla, vamos a ser semilla fecunda para las generaciones aún por venir. 

No sólo los padres o las personas mayores buscan recibir la palabra de Dios y vivirla, la llamada de Dios viene a nosotros en su dimensión más personal y urgente cuando somos jóvenes. Es entonces cuando la mayoría de nosotros nos sentimos llamados a nuestras vocaciones particulares. La palabra de Dios tiene suelo fresco, fértil y un gran futuro cuando cae en un corazón joven. Así que si eres joven, sé generoso con Dios. ¡Escúchalo! Sé sincero y justo y trata de vivir bien y en paz con todos. Sé fiel a tu Eucaristía dominical y dale vida continuada a lo largo de la semana, entonces el gran mandamiento del amor será fruto bendito en tu vida, y la cosecha de Dios será rica y abundante en ti.

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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano
XV Domingo Ordinario

Primera lectura: Is 55, 10-11
Esto dice el Señor:
"Como bajan del cielo la lluvia y la nieve
y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
a fin de que dé semilla para sembrar y pan para comer,
así será la palabra que sale de mi boca:
no volverá a mí sin resultado,
sino que hará mi voluntad
y cumplirá su misión".

Salmo Responsorial: Salmo 64, 10abcd. 10e-11. 12-13. 14
R. (Lc 8, 8) Señor, danos siempre de tu agua.
Señor, tú cuidas de la tierra, la riegas y la colmas de riqueza.
Las nubes del Señor van por los campos, rebosantes de agua, como acequias.
R. Señor, danos siempre de tu agua.
Tú preparas las tierras para el trigo: riegas los surcos, aplanas los terrones,
reblandeces el suelo con la lluvia, bendices los renuevos.
R. Señor, danos siempre de tu agua.
Tú coronas el año con tus bienes, tus senderos derraman abundancia,
están verdes los pastos del desierto, las colinas con flores adornadas.
R. Señor, danos siempre de tu agua.
Los prados se visten de rebaños, de trigales los valles se engalanan.
Todo aclama al Señor. Todo le canta.
R. Señor, danos siempre de tu agua.

Segunda lectura: Rom 8, 18-23
Hermanos:
Considero que los sufrimientos de esta vida no se pueden comparar con la gloria que un día se manifestará en nosotros; porque toda la creación espera, con seguridad e impaciencia, la revelación de esa gloria de los hijos de Dios.

La creación está ahora sometida al desorden, no por su querer, sino por voluntad de aquel que la sometió. Pero dándole al mismo tiempo esta esperanza: que también ella misma, va a ser liberada de la esclavitud de la corrupción, para compartir la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Sabemos, en efecto, que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto; y no sólo ella, sino también nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, anhelando que se realice plenamente nuestra condición de hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.

Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
La semilla es la palabra de Dios y el sembrador es Cristo;
todo aquel que lo encuentra vivirá para siempre.
R. Aleluya.

Evangelio: Mt 13, 1-23
Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo:

"Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga."

Después se le acercaron sus discípulos y le preguntaron: "¿Por qué les hablas en parábolas?" Él les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos; pero a ellos no. Al que tiene, se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.

En ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice: Oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve.

Pero, dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron.

Escuchen, pues, ustedes lo que significa la parábola del sembrador.

A todo hombre que oye la palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su corazón. Esto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del camino.

Lo sembrado sobre terreno pedregoso significa al que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la palabra, sucumbe.

Lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas la sofocan y queda sin fruto.

En cambio, lo sembrado en tierra buena, representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta''.

O bien: Mt 13, 1-9
Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo:

"Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga".

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